Imagínate las antiguas Pompeya y Herculano en un día cualquiera, con la gente haciendo su vida, sin ser conscientes de la inminente catástrofe. Bajo la superficie, el Monte Vesubio, latente pero ominoso, albergaba una fuerza destructora. En el año 79 d.C., esta fuerza se desató, cuando el Vesubio entró en erupción con furia devastadora. La erupción sepultó las ciudades bajo un manto de ceniza y piedra pómez, preservando los últimos momentos de sus habitantes con inquietante detalle. Siglos más tarde, en la década de 1800, Giuseppe Fiorelli, el arqueólogo italiano, desarrolló una técnica para capturar estos momentos creando moldes de los huecos dejados por los cuerpos descompuestos. Estos moldes y esqueletos se conservan ahora en Pompeya y Herculano, como solemnes recordatorios de un día trágico, ofreciendo una conmovedora visión del pasado.